LA CIUDAD NÓMADA
Gilles A. Tiberghien
Con Walkscapes, Francesco Careri ha hecho más que escribir
un libro sobre el andar entendido como una herramienta crítica, como una manera
obvia de mirar el paisaje, como una forma de emergencia de cierto tipo de arte
y de arquitectura. Proporciona también al grupo Stalker, formado en su origen por
jóvenes arquitectos todavía estudiantes, una obra que de algún modo enraíza sus
actividades en el pasado, construye su genealogía, tal como lo hizo AndréBreton cuando consideró históricamente el surrealismo como una especie de cola
de cometa del romanticismo alemán, y tal como lo hicieron por su parte los
románticos de Jena, en su revista Athenaeüm, cuan- do se apropiaron de Nicolas
Chamfort, de Miguel de Cervantes o de William Shakespeare declarándolos
románticos avant-la-lettre. Y también como lo hizo Robert Smithson, quien, en
su último texto sobre Central Park, veía a Frederick Law Olmstead, su creador,
como un ancestro del land art.
Más que a los surrealistas —a quienes sin embargo vuelve a
leer oportunamente en el libro, a través de Nadja y El amor loco, de André
Breton, o de El campesino de París, de Louis Aragon—, es a Dada y a sus garbeos
por la capital, a sus caminatas al azar por la campiña francesa, a lo que
Francesco Careri apela. Y, todavía más cercanos a nosotros, son los
situacionistas a quienes podrían compararse los Stalker. Ambos grupos comparten
su gusto por las investigaciones urbanas, su sensibilidad hacia las
transformaciones contemporáneas y hacia los síntomas característicos de una
socie- dad en proceso de mutación, por no decir de “descomposición”. Ambos han
sabido escrutar el inconsciente de la ciudad, del mismo modo que lo hizo Walter Benjamin (+) en su día examinando el París del siglo XIX.
En su artículo “Rome archipel fractal”, Careri ha escrito:
“Hemos escogido el recorrido como una forma de expresión que subraya un lugar
trazando físicamente una línea. El hecho de atravesar, instrumento de
conocimiento fenomenológico y de interpretación simbólica del territorio, es
una forma de lectura psicogeográfica del territorio comparable al walkabout de
los aborígenes australianos”.1 Las referencias, por muy implícitas que sean,
son suficientemente claras.
Sin embargo, que nadie se lleve a engaño: ni Stalker ni
Francesco Careri son por ello unos neo-situ. Es cierto que Stalker constituye un
grupo, pero se trata de un grupo completamente informal, y si Francesco Careri
y Lorenzo Romito son sus dos teóricos más producti- vos, no poseen ningún
monopolio sobre el tema. Por lo demás, cada uno de los miembros del grupo sabe
muy bien lo que debe a todos los demás; su número puede variar entre siete y
una veintena de individuos, según el momento. Esta es una diferencia
fundamental con respecto a los grupos de vanguardia que jalonan la historia del
siglo xx, que reclutaban y excluían alternativamente a sus miembros. En este
caso nos encontramos frente a una práctica experimental que va aplicando
distintas herramientas teóricas en función de sus necesidades, siempre con un
sentido de la oportunidad que le confiere una gran flexibilidad y una considerable
movilidad intelectual. Es cierto que en enero de 1996 el grupo redactó un
manifiesto.2 Sin embargo, su lectura nos puede convencer con bastante rapidez
de su carácter no dogmático y de su función esencialmente heurística.
Walkscapes es partícipe de este mismo espíritu. Pone en perspectiva una
práctica de la que Stalker quiere ser su continuación, su amplificación, su
ajuste y —por qué no— en cierto sentido también el cumplimiento de sus
objetivos. Francesco Careri ha puesto a disposición del grupo sus investigaciones
históricas, y también su inventiva teórica, a través de la práctica del andar
tal como él la entiende, propone una nueva lectura de la historia del arte
desde la elevación de los menhires, pasando por Egipto y la Grecia Antigua,
hasta los artistas del land art.
Las observaciones antropológicas, filosóficas,
sociopolíticas y artísticas que nos ofrece el autor también se ponen al
servicio de un propósito de una gran claridad, cuyo objetivo es conducirnos
hasta el momento actual, hasta zonzo, un lugar puramente lingüístico que
podemos encontrar en la expresión italiana andare a zonzo, que significa
errabundear sin objetivo, tal como lo hacía el paseante de la ciudad del siglo
XIX.
Ahora bien, esta expresión es lo que suele llamarse un
“sintagma estereotipado”, que solo puede ser concordante con una realidad
intemporal. En la actualidad todas las referencias han desaparecido: ya no
atravesamos a zonzo como lo hacíamos ayer, con la seguridad de que vamos desde
el centro hacia la periferia. Hubo un tiempo en que el centro era denso, y las
inmediaciones eran cada vez más dispersas. En la actualidad, el centro está
formado por una constelación de vacíos.
La idea que cruza todo el libro, y que el autor expone de un
modo convincente —poco importa si es históricamente cierta, con tal de que sea
operativa—, es que, en todas las épocas, el andar ha producido arquitectura y
paisaje, y que esta práctica, casi olvidada por completo por los propios
arquitectos, se ha visto reactivada por los poetas, los filósofos y los
artistas, capaces de ver aquello que no existe y hacer que surja algo de ello.
Por ejemplo, Emmanuel Hocquard y Michael Palmer, quienes en 1990 fundaron el
Museo de la Negatividad tras haber descubierto un inmenso agujero junto a la
autopista del norte, en Francia; o Gordon Matta-Clark, quien en la década de
1970 compró unas minúsculas parcelas de terreno situadas entre edificios casi
medianeros, declarando que “en medio del ‘espacio negativo’ existe un vacío que
permite que los componentes puedan ser vistos de un modo móvil, de un modo
dinámico”.3
Podemos encontrar un inventario de cierta cantidad de
actitudes y reflexiones filosóficas suscitadas por el andar en el libro de
Bruce Chatwin (citado muchas veces por Careri) The Songlines (Los trazos de la
canción), una especie de himno al pensamiento nómada, más que propiamente al
nomadismo. Efectivamente, el andar vuelve visibles, al dinamizarlas, unas
líneas, los trazos de los cánticos (songlines) que dibujan el territorio
aborigen, unas líneas de huida que revientan la pantalla del paisaje en su
representación más tradicional; unas “líneas hechizadas”, tal como las llama
Gilles Deleuze, que arrastran el pensamiento tras el movimiento de las cosas, a
lo largo de las vetas dibujadas en el fondo del mar por los trayectos de las
ballenas, tan bien descritos por Herman Melville en Moby Dick.
Ahora bien, el mundo que Careri y sus amigos exploran, sobre
todo, es el de las transformaciones urbanas sufridas por lo que en otro tiempo
se llamaba “el campo”, y del que solo permanece una realidad “horadada” o
“apolillada” —el autor utiliza la imagen de la piel de leopardo, “con manchas
vacías en la ciudad construida y manchas llenas en medio del campo”—, un
conjunto de territorios que pertenecen a los suburbs, una palabra que según
Robert Smithson significa literalmente ‘ciudad inferior’, y que describe como
“un abismo circular entre la ciudad y el campo, un lugar donde las construc-
ciones parecen desaparecer ante nuestros ojos, parecen disolverse en una babel
o en unos limbos en declive”. Ahí —añade— “el paisaje se borra bajo el efecto
de unas expansiones y unas contracciones siderales”.4
Esta noción no es —o ya no es—, ni mucho menos, únicamente
europea, como lo demuestra la referencia americana a Smithson. Nos recuerda
asimismo a John Brinckerhoff Jackson, un gran observador del paisaje, muy
interesado por los trazados y la organización de las carreteras en el
territorio norteamericano, que demostró de qué modo, lejos de limitarse a
atravesar los paisajes y las aglomera- ciones, las carreteras generaban nuevas
formas de espacios donde era posible habitar, creando con ello nuevas formas de
sociabilidad. “Las carreteras ya no conducen simplemente a lugares —escribió—,
son lugares”.5 Así son también los caminos que toma Stalker en sus andanzas por
“las partes ocultas de la ciudad”, más allá de los grandes ejes de
comunicación.
John Brinckerhoff Jackson constató precisamente lo mismo que
este grupo de nómadas italianos: la formación de un nuevo paisaje que no se correspondía
ni con el de las representaciones clásicas dibujadas por el poder, ni con sus
formas “vernáculas”, que él observaba con predilección. Este paisaje inédito ha
sido creado por las carreteras y por las nuevas formas de movilidad y de
transporte de bienes, en otro tiempo almacenados en las casas. Se caracteriza
por la movilidad y el cambio, y es en las inmediaciones de estas vías de
comunicación donde se producen los encuentros, como también, sin duda, un nuevo
tipo de solidaridad. De ese modo, “Las iglesias se convierten en discotecas, y
las viviendas en iglesias [...]. Podemos encontrar espacios vacíos en el
corazón mismo de las densas ciudades, e instalaciones industriales en medio del
campo”.6
Sin embargo, estos intersticios, estos vacíos que Careri
observa y que no se encuentran solamente en las inmediaciones de las ciudades
sino también en su corazón, están ocupados por una población “marginal” que ha
creado unas redes ramificadas e ignoradas por la mayoría, unos lugares
desapercibidos puesto que son siempre móviles, y que forman, según dice el
autor, una especie de océano en el que las manzanas de viviendas serían como
archipiélagos. Se trata de una imagen eficaz, puesto que es muy indicativa de
la indeterminación relativa de los límites suscitados por el andar.
“Marcas” (marches) era el nombre tradicional que solía darse
a los lugares situados en los confines de un territorio, a los bordes de sus
fronteras.7 Del mismo modo, el andar (marche) designa un límite en movimiento,
que en realidad no es más que lo que solemos llamar frontera. Esta va siempre a
la par con las franjas,los espacios intermedios, los contornos indefinibles
que solo podemos ver realmente cuando andamos por ellos. El andar pone también
de manifiesto las fronteras interiores de la ciudad, y revela las zonas
identificándolas. De ahí el bello nombre de Walkscapes, que define muy bien el
poder revelador de esta dinámica, poniendo en movimiento todo el cuerpo —el
individual, pero también el social— con el fin de transformar el espíritu de
quien a partir de ahora ya sabe mirar. Un propósito como este conlleva un
auténtico posicionamiento “político” —en el sentido primordial de la palabra—,
un modo de considerar el arte, el urbanismo y el proyecto social a una
distancia igual y suficiente entre ellos, con el fin de dilucidar con eficacia
estos vacíos de los que tanta necesidad tenemos para vivir bien.
1 Careri, Francesco, “Rome archipel
fractal. Voyage dans les combles de la ville”,
Tecniques & Architecture, núm.
427, París, agosto-septiembre de 1996. “Psicogeografía. Estudio de los efectos
precisos del medio geográfico, acondicionado o no conscientemente, sobre el
comportamiento afectivo de los individuos”. Internationale Situationniste, núm.
1, París, junio de 1958 (versión castellana: Andreotti, Libero y Costa, Xavier
[eds.], Teoría de la deriva y otros textos situacionistas sobre la ciudad,
Macba/Actar, Barcelona, 1996). 2 Reeditado en francés y en italiano en:
Stalker: attraverso i territori attuali/À travers
les territoires actuels, Jean-Michel
Place, París, 2000. 3 Hocquard, Emmanuel, “Taches Planches”, en Ma Haie. Un
privé à Tanger II, POL,
París, 2001. AA VV, Gordon Matta-Clark
(catálogo de exposición), IVAM Centre Julio González, Valencia, 1993. 4 Smithson, Robert, “A Museum ofLanguage in the Vicinity of Art”, Art
International, marzo de 1968. Recogido
en Holt, Nancy (ed.), The Writings of Robert Smithson, New York University
Press, Nueva York, 1979, págs 67-78 (versión castellana: “El museo del lenguaje
en las inmediaciones del arte”, en Robert Smithson. Selección de escritos, Alias, Ciudad
de México, 2009). 5 Jackson, John Brinckerhoff, “Roads Belong in the
Landscape”, en A Sense of Place, a Sense of Time, Yale University Press, New
Haven, 1994, págs. 186-205 (versión castellana: Las
carreteras forman parte del paisaje, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2011,
pág. 11). 6 Jackson,
John Brinckerhoff, Discovering the Vernacular Landscape, Yale University Press,
New Haven, 1984. Es posible establecer una relación
entre este texto y lo escrito por Francesco Careri: “Visitamos iglesias que
parecían tinglados industriales, fábricas exentas de afectación parecidas a
catedrales en ruinas, y ruinas romanas en el mismo estado en que las vieron
Goethe, Poussin y Piranesi”. “Rome archipel fractal”, op. cit. 7 Véase el
sugerente libro de Piero Zanini, Significati del confine, Mondadori, Milán,https://es.wikipedia.org/wiki/C%C3%ADrculo_de_Jena
Otros links que no pudimos ubicar
http://reginademiguel.net/Map-of-the-Abandoned-Future
http://revistes.ub.edu/index.php/REGAC/article/view/19118
https://profeenhistoria.com/dadaismo/
Otros links que no pudimos ubicar
http://reginademiguel.net/Map-of-the-Abandoned-Future
http://revistes.ub.edu/index.php/REGAC/article/view/19118
https://profeenhistoria.com/dadaismo/
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